6 Claves de la Concentración Productiva

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Cuando oyó que alguien llama­ba a la puerta de su oficina, Al­ma Triner alzó la vista y se per­cató, sobresaltada, de que ya era de noche y ni siquiera había almorzado. Su jefe abrió la puerta, se asomó y le preguntó:

— ¿Quiere que la lleve a la cena en mi auto?

Por unos instantes la mujer se desconcertó, pero luego recordó de qué se trataba. Era vicepresidenta de una compañía consultora internacional de Cambridge, Massachusetts, y estaba invitada a una cena en honor de los altos ejecutivos de la empresa. Desde temprana hora había estado preparando una presentación pa­ra un cliente, y como las ideas y las palabras fluían con tanta facilidad, se había olvidado por completo de to­do, incluso de su compromiso.

“Estaba yo trabajando tan bien”, recordó posteriormente. “Cada frase y cada concepto me parecían los más atinados. Casi no me daba cuenta de lo que estaba haciendo”.

Alma Triner había entrado en su “zona”, término que usan algunos deportistas para referirse al grado de extrema concentración en que se vuelven inmunes a las distracciones. Absorta en su tarea, Alma había he­cho caso omiso del repiqueteo de los teléfonos, del hambre y hasta del pa­so del tiempo. Y no solamente ha­bía producido un trabajo de gran ca­lidad, sino que lo había hecho en menos tiempo del que le habrían de­dicado muchos profesionales igual­mente competentes.

La capacidad de enfocar por com­pleto la atención en una tarea pue­de llevar al éxito en cualquier cam­po de actividad; en cambio, la falta de concentración lleva al fracaso a quien parece tener el triunfo asegu­rado. En las competiciones selectivas de Estados Unidos para los Juegos Olímpicos de 1992, el astro del de­catlón Dan O’Brien empezó con un ritmo tan arrasador en las pruebas, que parecía tener asegurado un sitio en el equipo. Pero luego se descon­centró y falló en el salto con pérti­ga; no pudo librar una altura que an­tes había rebasado cientos de veces. Incapaz de “fijar la atención”, según confesó más tarde, hizo dos intentos más, pero fue en vano: pese a sus grandes aptitudes, una distracción dio al traste con sus ilusiones de via­jar a Barcelona.

A O’Brien le pasó lo que a mu­chos. Es muy probable que usted ha­ya experimentado esos frustrantes periodos en que el cerebro se niega a funcionar. Quizá se haya sentado frente a la computadora y haya lu­chado en vano por encontrar las pa­labras más adecuadas, o por analizar las cifras del presupuesto. Empero, también ha experimentado estados de gran concentración, en los que ha rea­lizado un trabajo excelente en muy poco tiempo. ¿Cómo podemos entrar en nuestro estado más produc­tivo; nuestra propia “zona”?

He aquí seis claves que nos ofre­cen los expertos en desempeño óp­timo y funcionamiento cerebral en estado de concentración:

1. Practique mucho.

¿Puede decirse que la concentración propicia el de­sarrollo de la región del cerebro que interviene en una actividad dada, así como el ejercicio físico agranda y fortalece los músculos? Michael Posner, profesor de psicología en la Uni­versidad de Oregon, recurrió a tomografías por emisión de positrones y a electroencefalogramas para ras­trear la actividad cerebral de perso­nas concentradas en ciertas tareas. Observó que la afluencia de sangre al cerebro y la actividad eléctrica de este aumentaban cuando los partici­pantes realizaban la tarea por prime­ra vez, pero que, a medida que ad­quirían destreza, dichas funciones disminuían. Posner considera que cuanto más practicamos la concen­tración, menos actividad necesita realizar el cerebro. Y la habilidad mental que se perfecciona en un campo puede transferirse a otros.

“La clave”, afirma Louis Csoka, que enseñaba técnicas de concentración a futuros comandantes en la acade­mia militar West Point, “es aprende: a filtrar el ‘ruido’ y las interferencias sean estas internas o externas”. Por ejemplo, si es usted amante del jazz practique poniendo música y escu­chando solamente los sonidos que emite el saxofón; bloquee todos lo demás instrumentos o voces. Si es aficionado al fútbol, siga atentamente los movimientos que haga el defen­sa central derecho.

2. Vuélvase sistemático.

Los días en que opera, Al Steunenberg, cirujano bucal radicado en California, se levanta siempre a la misma hora, conduce a su trabajo por la misma ruta y estaciona su vehículo en el mismo sitio. Una vez en el quirófano, se pone primero la camisa quirúrgi­ca, y luego el pantalón; se lava la ma­no derecha y después la izquierda, y se coloca siempre en el mismo lugar junto al paciente.

No lo hace por superstición. Al proceder así, el cirujano se concen­tra sistemáticamente en la tarea que nene por delante. Cuando se dispo­ne a operar, ya está completamente dentro de su “zona”. “Es lo mismo que hace un atleta antes de compe­tir o un sacerdote antes de oficiar”, explica Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de desarrollo humano en la Universidad de Chicago y autor de Flow: The Psychology of Optimal Ex­perience (“Fluidez: la psicología de la experiencia óptima”). Y agrega: “La ronducta regida por el hábito los ayuda a concentrarse en la tarea que tienen por delante. La actividad ri­cial afina la mente”.

Se puede crear un ritual para ca­si cualquier tarea. Si usted detesta confrontar su estado de cuenta bancario con su chequera, establezca una se­cuencia: despeje su escritorio, coloque los lápices a su izquierda y la calculadora a su derecha; abra el so­bre que contiene su estado de cuenta. Este pequeño ritual hará menos desagradable la tarea.

3. Invéntese retos.

Hace un siglo, el psicólogo William James declaró que los seres humanos utilizamos apenas una mínima parte de nuestro potencial. Muchas de las actividades que realizamos son monótonas o te­diosas, por lo que nuestro cerebro ope­ra casi en vacío. En consecuencia, cometemos errores por descuido o nos empantanamos en tareas fatigosas porque no podemos enfocar nuestra atención.

Según Csikszentmihalyi, el estado de fluidez perfecto se produce cuan­do nuestras capacidades están a la al­tura de nuestros retos. Así, el profe­sor asegura que la mejor manera de llevar a cabo una tarea aburrida pe­ro sencilla consiste en volverla más difícil. Convierta usted las activida­des tediosas en juegos que ofrezcan un reto, que lo obliguen a utilizar todo su potencial. Invente sus reglas, fíjese metas, haga las cosas contra re­loj; ese grado más alto de dificultad lo irá metiendo paulatinamente en su “zona”.

En una ocasión tuve que redactar una introducción a una serie de ar­tículos sobre derecho procesal. El te­ma no me era particularmente gra­to, así que las palabras acudían a mi mente con suma lentitud. Hice va­rios viajes a la cafetera. En eso, el di­rector de arte de la revista me llamó por teléfono para decirme que había diseñado una llamativa letra capitu­lar para el prólogo —un mazo de juez en forma de jota—, y me pidió que la primera palabra del texto co­menzara con esa letra.

Le respondí que sí, y no sólo acepté el desafío, sino que me pro­puse comenzar todos los párrafos con una jota. Con palabras tales co­mo “justicia”, “jurisprudencia” y “John Marshall”, logré escribir nue­ve párrafos. Al captar mi atención, el reto agilizó la tarea.

4. Hable consigo mismo.

Cuando instale un sistema de riego por go­teo en su jardín de rosas, dígase: “La conexión a la espita de la manguera va aquí, y a unos dos metros, el pri­mer eyector…” Pensar en voz alta nos permite concentrarnos en la tarea y reforzar los pasos que vamos dando, además de que nos ayuda a recordar lo que aún falta por hacer.

Hablar con uno mismo también puede hacer las veces de “ruido blan­co”: aparta la mente de otros estí­mulos distractores. Incomodado por los espectadores, el viento y la nie­ve, un joven esquiador estaba mos­trando un desempeño pobre en una competición, así que su entrenador le aconsejó que mirara al frente y se concentrara en la siguiente puerta de la pista una vez que librara la ante­rior. Sin dejar de repetirse la frase “Mira al frente”, el esquiador se con­centró y ganó una medalla.

Los beneficios de hablar consigo mismo se han comprobado incluso en algo tan exótico como caminar descalzo sobre carbones encendidos. Ron Pekala, del Instituto Educativo del Atlántico Medio, en West Ches­ter, Pensilvania, estudió a 27 perso­nas que habían caminado sobre un lecho de brasas cuya temperatura al­canzaba los 650° C. Los que se dis­trajeron acabaron con los pies ampollados; en cambio, los que pusie­ron toda su atención en repetir una frase como “musgo fresco” pasaron la prueba sin quemaduras. “Sólo re­cuerdo que iba pisando algo que me dio la impresión de ser hojuelas de papa calientes”, declaró uno de los participantes.

Estos últimos, “al concentrarse en las palabras, dirigieron su atención a una sola cosa”, explica Pekala. “La atención de los demás estaba dividi­da, y pagaron el precio de ello”.

5. Olvídese de mañana.

Se muere usted de ganas de ver la sonrisa de su jefe cuando le entregue ese impe­cable informe a tiempo. O tal vez no lo deje dormir la preocupación de que no le guste.

“La inquietud por los resultados nos resta eficiencia”, asegura la psicóloga Ellen Langer, de la Universi­dad Harvard. Cuando dejamos que nuestros pensamientos se desplacen al futuro, nos salimos de nuestra “zo­na” y perdemos la concentración.

León Lett, atajador defensivo de los Vaqueros de Dallas, tuvo que aprender esto de la manera más dolorosa. El jugador no había conse­guido hacer una anotación de seis puntos desde que tenía diez años, pe­ro en el Supertazón de 1993 se le presentó la oportunidad cuando el mariscal de campo de los Bills de Buffalo soltó el balón a sus pies. Lett lo recogió y corrió a la línea de meta, a 64 yardas de distancia; nadie se in­terponía entre él y una anotación se­gura. Cuando cruzó la línea de la; diez yardas, extendió jubilosamente los brazos, con el balón en una mano. No se percató de que Don Beebe receptor abierto de los Bills, le iba pisando los talones. En la yarda uno, Beebe se abalanzó sobre Lett y de un manotazo lo despojó del balón, acabando así con la actitud triunfalista de este último.

Concentrarse en lo que va a ocu­rrir, y no en lo que está ocurriendo, puede dar al traste con cualquier actividad. “Un buen tenista piensa en lanzar el mejor tiro, no en ga­nar el partido”, asegura el psicólogo John Anderson, presidente del Cen­tro de Psicología del Deporte, de Estados Unidos. “Con un buen tiro seguido de otro buen tiro ganará el encuentro”.

Para no salirse de su “zona”, man­tenga la atención puesta en el aquí y el ahora.

6. Dése un respiro.

Un breve des­canso ayuda a rendir más en menos tiempo. Cuando el estrés ponga en peligro su concentración, respire profundamente y visualícese en un sitio apacible. O inclínese hacia ade­lante y deje colgar los brazos. La mú­sica también ayuda; compre cintas de relajación o grabe aquellos sonidos que le den serenidad.

Ya sin tensión, reanude su traba­jo, pero cuando lo termine, no em­prenda de inmediato una tarea nue­va. “Dése un respiro”, aconseja Csikszentmihalyi, “y renuévese”.