Como Ayudar a tus hijos a Superar la Adversidad

adversidad, problemas, dificultades, desesperacion, duda, tristezaCuando la adversidad golpea a la familia…

En mayo pasado mi hijo Michael se graduó en la universidad; fue el último de mis hijos en diplomarse. Mirándolos a los tres, ya hechos y derechos, tuve que contenerme para no llorar de satisfacción.

Pero yo misma no lo habría creído hace 17 años, cuando me divorcie. En aquel entonces tuve que acudir a un grupo de apoyo para adultos, hasta que logre rehacer mi vida; y a la vez debí ayudar a mis hijos a superar el trauma. No fue fácil.

Una noche, cuando Tim tenía nueve años, llegue a casa después de la reunión de apoyo.

— Se ve que te ayudan mucho – me dijo Tim — ¿No hay grupo para niños?

Buena pregunta, pensé. Llame a la escuela, a la iglesia, al centro de salud mental e incluso al médico, pero nadie sabía de grupos para niños. Entonces tome cartas en el asunto y organice unos retiros especiales para pequeños en la iglesia, los fines de semana. Tiempos después, en 1983, fundé una organización no lucrativa de apoyo entre condiscípulos, al servicio de escuelas. Hoy, Rainbows desarrollo 4500 programas en 46 estados de Estados Unidos y en otros 13 países, y ha ayudado a mas de 350,000 niños y adolescentes a afrontar crisis que en cualquier familia pueden sobrevenir, ya sea por fallecimiento, divorcio, desempleo, enfermedad, accidente y otras causas.

Cuando los chicos no reciben ayuda, las consecuencias pueden ser lamentables. Según cierto estudio realizado en todo Estados Unidos, durante los tres años siguientes a la ruptura los hijos de padres divorciados o separados, en comparación con los hijos de matrimonio estables, se vuelven más propensos a enfermedades, y tienen asimismo el doble de probabilidades de repetir un año escolar, y el triple de necesitar atención psicológica.

Según otro estudio, realizado a lo largo de cuatro años, la pérdida de un ser querido por lo común no afecta gravemente la conducta de los niños. Sin embargo, entre quienes sufren dicha perdida hay un porcentaje que si presenta problemas graves de conducta, y estos niños tienen, durante los dos años posteriores a la desgracia, el doble de probabilidades de incurrir en esas anomalías, en relación con los que no han perdido a un ser querido.

Y como el tiempo no cura por si solo estas heridas, se requiere el auxilio de los adultos. Las siguientes  son tres estrategias basadas en mi experiencia con familias en crisis.

1. Cuanto antes, explicar a los hijos qué pasa.

En RAINBOWS sugerimos lo siguiente:

  • Dar uno mismo l amala noticia. Los niños asimilan casi cualquier verdad cuando viene de una persona a la que quieren y en la que confían. Si se trata de un divorcio, lo mejor es que ambos cónyuges estén presentes para informar a los hijos
  • Si se trata de un accidente, explicar cómo y por qué fue, pues de otro modo ellos podrían sentirse culpables

Por ejemplo, el año pasado el padre de tres niñas murió por accidente en una construcción. Las tres pequeñas lo echaron de menos, pero la segunda, de cinco años, fue la que mas lo resintió. Se volvió introvertida y huraña.

A los ocho meses, la madre les compro un gatito. Ella ni siquiera lo toco.

— yo no quiero querer al tatito

— declaro

Consternada, su madre le pregunto por qué.

— porque cuando quiero a alguien, se va – explico – yo quería a papa y se murió. Se fue porque yo lo quería mucho.

— no, no se fue por eso – repuso su madre –. Papá murió porque tuvo un accidente. Tú no tienes ninguna culpa. Y además, papá vive en tu corazón.

Entonces la pequeña empezó a salir de su confusión y su amargura.

  • Si se trata de un suceso grave debe explicarse a los hijos en qué forma es posible que cambie la vida familiar. Para los niños lo desconocido es peor que cualquier realidad.

Cierta vez, un escolar se negó a subir al autobús que lo llevaría de regreso a casa. Llorando, le confió a su maestra que sus padres se habían visto obligados a rematar la granja en donde vivían.

— Ayer, cuando llegué de la escuela, unos hombres se estaban llevando los cerdos – explicó –. Hoy me van a llevar a mí.

Cuando el niño por fin volvió a casa, sus padres hablaron con él. Entonces se dieron cuenta de que estaba asustado, y acudieron a un consejero profesional.

2. Hacer que los niños expresen sus sentimientos, pero sin obligarlos.

Al igual que los adultos, los niños necesitan hablar de sus penas. Hay varias maneras de ayudarlos a abrirse.

  • Cuando ocurre una tragedia, los padres tienen que ser los primeros en decir qué sienten y qué temen, para que así los niños se sientan libres de expresarse. Hay que ir haciéndoles preguntas que los ayuden a decirlo todo.
  • Buscar el momento y el lugar adecuados. Hace un año, una conocida mía recién divorcia quería que su hijo de 14 años le confiara lo que pensaba y lo que sentía. Pero el chico le contestaba que se sentía bien y se daba media vuelta. Preocupada, la madre aprovechó una ocasión en que lo llevó en coche a un campamento de verano; un viaje de 240 kilómetros.

Saco a relucir lo del divorcio. Y el hijo, que siempre había estado muy apegado a su padre, empezó a quejarse amargamente de que lo hubiera abandonado. La madre se quedó perpleja, porque pensó que en el fondo el hijo le estaba reprochando a ella la ruptura; pero reaccionó  y en seguida le explicó que él no estaba incluido en el divorcio.

— Tu padre se separó de mí, no de ti – afirmo.

Cuando llegaron al campamento, el muchacho ya estaba contento y comunicativo.

  • Si no se siente uno capaz de hablar de su dolor, siempre queda el recurso de escribirle al hijo una carta. Es importante que los muchachos comprendan lo que uno siente, para que puedan entender mejor sus propios sentimientos.

Yo desde un principio les expliqué a mis hijos lo concerniente a mi divorcio, mas no que yo creyera haber fallado en mi papel de madre. Cuando llegaron a la adolescencia les escribí una carta, expresándoles mi pesadumbre. “Lamento no ser una madre perfecta. Por favor, perdónenme”. Entre lágrimas y abrazos, así lo hicieron.

3. Mirar adelante.

Unos amigos míos remodelaron su casa. A la semana de concluida la obra, la casa se incendió. La familia apenas logró escapar. Más tarde, estando todos reunidos, la madre declaro:

— Lo hemos perdido todo, y la vida no volverá a ser la misma. Pero procuraremos que sea buena.

Cuando se presenta una crisis, las familias vulnerables se desmoronan. En cambio las familias sanas miran adelante y se sobreponen, gracias a tres principios básicos:

  • Padre, cúrate a ti mismo. Para que los hijos se recuperen pronto de una desgracia familiar, uno o ambos progenitores tienen que poner el ejemplo. Al estudiar los efectos de estrecheces económicas en adolescentes de 450 familias, se comprobó que lo que los perturba no es el problema en sí, sino las reacciones de sus padres.
  • Fortalecer los valores familiares. No quejarse por todas aquellas cosas que ya no puede u no hacer porque el cónyuge se quedó sin trabajo. No pasar el tiempo hablando de la colección de disco que se perdió en el incendio de la casa.
  • Hacer que los niños participen en la toma de decisiones, para que se sientan útiles. Una amiga mía se percató de que su abuela ya no podía cuidarse por sí sola, y que tendría que instalarla en su modesta casa. Mi amiga y su marido llamaron a su hijo de siete años, y le explicaron la situación.

— Todos tenemos que ayudar – expresó la madre. Y, dirigiéndose al chico, continuo –: La bisabuela ya está muy viejecita y enferma, y necesita un cuarto para ella sola. Como tu hermana todavía duerme en su cuna, la única cama para la bisabuela seria la tuya.

El niño iba a tener que dormir en la sala

— ¡Sí! – Exclamó él, feliz de participar — ¡Yo le doy mi cuarto!

En 1990, al cabo de 14 años de vivir sola con mis hijos, volví a casarme. Esto no tenía por qué ocasionarles a ellos mucha tensión, pues ya estaban grandes, pero si requería un tiempo de adaptación. De modo que, pacientemente, esperé a que dieran muestras de sentirse a gusto en la nueva vida familiar.

Cierta noche, los tres ibn a salir después de cenar y, uno por uno, se despidieron de mi con un beso. Cuando se acercaron a Marty, mi esposo, esperé los sabidos apretones de manos. Pero no ocurrió así, sino que Michael, Tom y Tim lo abrazaron uno por uno, por primera vez. Esa era la señal. Ese gesto tan sencillo significaba total aceptación de su padrastro y de nuestra nueva estructura familiar.

En ese momento recordé las noches en que tuve que brindarles apoyo a tres niñitos desconcertados. Pero ellos, con el esfuerzo de sobreponerse al impacto del divorcio, aprendieron algunas reglas elementales para encarar los múltiples cambios y desafíos de la vida. Sonreí con orgullo. Mis hijos estaban preparados para habérseles con lo que se les cruzara en el camino ¿Qué más puede desear un padre o una madre?