Cómo Lograr que tu Esposo Ayude en Casa

Los dos trabajan, pero sólo usted limpia la casa. He aquí algunos consejos para emparejar la carga.

Un día normal de Melissa Swartz, trabajadora social y estudiante universitaria de 33 años, comienza a las 7:30 de la mañana, cuando corre a llevar a su hija Danielle, de 13 años, al ensayo de la banda de música de la escuela. La carrera continúa hasta las 10 de la noche, al terminar su última clase. Acaba exhausta… y frustrada, pues no puede lograr que su esposo, Mike, la ayude con las tareas de la casa.

“Sabe muy bien que, si le da largas al asunto, yo las haré”, se queja. Mike, atareado arquitecto de 32 años, sólo desea quitársela de encima. “Trato de equilibrar las cosas”, se defiende él. “Es cierto que a veces flojeo, pero creo que hago la parte que me corresponde”.

En los años 70, cuando las mujeres se integraron a la fuerza laboral en números sin precedentes, los expertos pensaron que los maridos, por necesidad, se ocuparían más de la casa. Pero no ha sido así. Un estudio de 2528 mujeres con hijos realizado en Estados Unidos en 1993 reveló que entre los matrimonios en los que ambos trabajan, la mujer aporta dos tercios del tiempo total que la pareja dedica a los quehaceres.

esposo ayude en casa, consejos¿Qué gana él? Es obvia la razón de por qué la mujer desea un reparto más equitativo del trabajo doméstico. Pero, ¿por qué el marido habría de aceptar de buena gana ocuparse de una mayor parte de esas fastidiosas tareas? Porque compartirlas puede reportarle grandes beneficios.

Más cariño. “Mientras cuidan, alimentan y educan a sus hijos, con las preocupaciones y satisfacciones propias de la paternidad, marido y mujer llegan día con día a una mayor intimidad que refuerza el amor y consolida la relación”, explica la psicóloga Evelyn Bassoff.

Cuando nació Rebecca, la hija de Colette y Ron Sherouse, todo lo relacionado con la bebé y la casa se volvió en el acto responsabilidad de ella. “Durante un año anduve enfadada, lo cual en nada ayuda a un matrimonio”, confiesa. Luego Ron empezó a compartir el trabajo. “Hoy de nuevo somos verdaderos compañeros», admite él. “Nuestro matrimonio y nuestra vida sexual han mejorado mucho gracias a que cada cual le da su justo lugar al otro”.

El cuidado de los hijos puede resultar especialmente satisfactorio. «Es un sube y baja emocional: se pasa de la alegría a la frustración en un momento”, señala Reb Colé, profesora de química. “Pero antes los maridos ni siquiera participaban”.

Mejor salud. Desesperado por hallar una actividad que no agravara el problema de rodillas que padecía, Marty Kaminsky se ocupó de la limpieza del hogar. Al principio, su esposa se mostró escéptica, pero hace ya dos años que él lava los trastes y pasa la aspiradora. “Escucho cintas en mi grabadora portátil para moverme a buen ritmo”, dice. “Termino sudando con sólo trapear el piso».

Ratos de solaz. Steven Moss, sargento de policía, no se percató de cuánto disfrutaba cocinar hasta que tuvo que hacerlo más a menudo para su esposa, que es capitán de policía y sus tres hijos. “Es una tarea relajante y creativa, y puedo preparar lo que se me antoje”, señala.

Dan Kent se encarga de asear los baños y pasa la aspiradora porque le gusta hacerlo a su manera. «Quizá se debe a que soy abogado, ¡pero me pongo muy quisquilloso!”, dice.

¡Sorpresa! ¡Funciona! Hacer que el marido ayude en las tareas de la casa no resulta fácil, pero he aquí algunos consejos que le servirán para llegar a un acuerdo con él y lograr un reparto más equitativo:

No lo hostigue. Quejarse con insistencia lace surgir el lado malo de las cosas. “Me hace sentir como la bruja malvada del cuento”, admite Melissa Swartz.

«Entre iguales, se pide; no se exige ni se acusa”, afirma la psicóloga Karen Blaisure. En vez de decir: “¿Estás ciego? ¿No ves ese montón de ropa sucia?», o “Siempre te zafas y me dejas con todo el trabajo”, ella sugiere ir al grano: “Necesitamos turnarnos para lavar la ropa”.

Exprese lo que piensa. Algunas mujeres esperan que su marido entienda «sutilezas” como un fuerte suspiro a una cama sin hacer o un portazo al salir de una habitación desordenada. “Es la ilusión de la telepatía”, Georgia Witkin, profesora de psicología. “Pero nadie puede saber lo que uno quiere hasta que se lo dice. Así de sencillo”.

La escritora Cathy Wald, esposa Reb Cole, se sentía frustrada porque su marido nunca secaba los muebles cuando limpiaba la cocina. Pero no le decía nada. Finalmente se lo hizo notar. “Es asombroso lo que uno logra cuando se limita a expresar lo que quiere sin enojarse”, declara Cathy.

Establezca un compromiso. “Llegue a un acuerdo sobre las tareas domésticas que ambos puedan cumplir, o las cosas no funcionarán”, dice Alan Booth, profesor de sociología.

Karen Clark, asesora en computación, se molesta cuando llega a casa y encuentra jalea embarrada en la mesa de la cocina. Su esposo, Brooks, piensa que hay cosas más importantes que tener una casa impecable. “No cambiaría ni un solo minuto del tiempo que dedico a jugar con mi hija al béisbol por la cocina más reluciente”, asevera.

Para zanjar su diferencia, los Clark tratan de respetar al menos algunas reglas en las que sí concuerdan. Karen divide los deberes domésticos en tres categorías: “Importante”, “Casi importante” y “Utópico”. Brooks ha prometido no olvidar las tareas importantes, y Karen se comprometió a no enojarse por las utópicas.

Apártese. Muchas mujeres quieren que su marido asuma responsabilidades, pero luego no se atreven a delegarlas. Cuando mi esposo se hizo cargo de la chequera, tarea que siempre había tenido yo, me colocaba detrás de él cuando se ponía a hacer cuentas y le decía que lo estaba haciendo mal. En el fondo pensaba que ese hombre maduro e inteligente nos llevaría a la ruina si yo no dirigía cada uno de sus actos.

No debió sorprenderme que su entusiasmo decayera. Después de un tiempo, se sentó junto a mí y me dijo:

—Si quieres que me ocupe de esto, hazte a un lado, por favor.

Ahora que la tarea es realmente suya, la realiza con plena responsabilidad. ¿Y sabe qué? No nos han rechazado ningún cheque ni nos asedian los acreedores. De hecho, su sistema es más eficiente que el mío.

Acabe con la excusa de “no sé hacerlo”. “Nunca aprendí a hacer las compras”, le dice Harry Crowe, decorador de interiores, a su esposa, Caroline. ¿Cómo vencer la defensa de la incompetencia? No caiga en el juego. Si a su esposo le queda la ropa de color rosa después de lavarla, déjelo que use calzoncillos y camisetas de color rosa. “Si es capaz de programar una videocasetera o de reparar el coche, no hay razón para que no pueda utilizar bien un aparato doméstico”, señala el sociólogo Scott Coltrane.

Adáptese. Siempre que intente llegar a un acuerdo, no sólo tenga en cuenta las tareas habituales, como pasar la aspiradora, cuidar a los hijos y arreglar el jardín, sino también las “invisibles”, como recordar las fechas de los cumpleaños de la familia u organizar excursiones con amigos y parientes. Hay que determinar quién se ocupará del coche y quién del jardín. “Cuando se revisa la lista de lo que cada cual hizo en la semana”, dice la psicóloga Catherine Chambliss, “suelen quedar asombrados al enterarse de lo mucho que realizó el otro. En ese momento, ambos comprenden que las cosas son más justas de lo que pensaban”.

Dé las gracias. Todos los fines de semana, Jon Levine, profesor universitario, prepara un desayuno especial para su esposa, Claudia Cryer, y sus tres hijos. “Un día, mientras lo observaba preparar el desayuno y entretener a los niños, me percaté de que, si bien yo trabajo arduamente en casa, él no se queda atrás”, admite ella. “Ahora se lo agradezco siempre y hago que los niños también le demuestren su aprecio”.

Reconocer el esfuerzo de cada uno es una condición esencial para establecer una relación de trabajo provechosa. Al fin y al cabo, no es indispensable que el reparto de las tareas sea equitativo. “Lo importante», expresa el sociólogo Gary Kiger, «es que ninguno de, los dos se sienta explotado o despreciado”.