Cuando El Trabajo Afecta a la Familia

familia, trabajo, privandoPara muchas personas, el trabajo es hoy el centro emocional y espiritual de sus vidas. El escritor John Updike tenía razón cuando dijo: «Quizá vivamos bien, pero eso no borra la sospecha de que ya no vivimos con nobleza». Lo escucho decir a otros padres de familia. Lo escucho en mi estudio. Me encuentro con gente que está cansada de su trabajo, desilusionada de su profesión. Parecemos espiritualmente dañados por el pernicioso ciclo de trabajar, desear y tener como fines en sí mismos.

La adicción al trabajo y sus dos puntales, el afán de éxito profesional y el materialismo, no son sólo cuestiones sociales; son cuestiones religiosas. Como escribió Diane Fassel en Working Ourselves to Death («Trabajar hasta caer muertos»), «el trabajo es un dios para el trabajador compulsivo, y nada se interpone en el camino de este dios». El trabajo se convierte en un fin en sí mismo; en una manera de huir de la familia, de la vida interior, del mundo.

Todas las religiones se ocupan de la destrucción de los falsos dioses. ¿Cómo podemos acabar con los falsos dioses del éxito profesional?

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  • En primer lugar recordemos la más profunda revolución del pensamiento religioso: el sábado, o séptimo día. Independientemente de que se celebre en viernes, en sábado o en domingo, su realidad espiritual va más allá del rito. Es la afirmación por excelencia de que no le pertenecemos al mundo, de que estamos hechos para el descanso y la santidad lo mismo que para la ambición.
  • En segundo lugar no sacrifiquemos a la familia en el altar de la profesión. El ascenso por la escalera del éxito nos ha traído mucha riqueza. Pero también ha devaluado el papel tradicional del padre como nutridor y maestro.

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En una canción judía titulada Mi pequeño, un padre le canta a su hijo dormido:

Tengo un hijo, un hijito

Un niño muy hermoso.

Cuando lo miro, me parece

Que todo el mundo es mío.

Más rara, rara vez veo

A mi niño despierto y radiante.

Solo lo veo cuando duerme;

Sólo estoy en casa de noche.

Es temprano cuando me voy al trabajo;

Cuando regreso, ya es tarde.

Mi propia sangre me es desconocida,

El rostro de mi hijo me es desconocido.

Cuando llego a casa tan cansado

En la oscuridad que sigue al día,

Mi querida  esposa exclama:

«¡Lo hubieras visto jugar!»

De pie junto a su camita,

Lo miro y trato de escuchar.

En sueños mueve los labios:

«¿Por qué no está aquí papá?»

La canción fue escrita en 1887. Hoy, papá y mamá ya no son explotados en las fábricas, pero la angustia del padre que se ha empalado en la daga de la ambición no ha cambiado. Lo único que ha cambiado es el domicilio.

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  • En tercer lugar, no se juzgue a si mismo por lo que hace, sino por el sentido que le da a lo que hace. Mucha gente ha trasformado un trabajo tedioso en una verdadera vocación; en un lugar donde pueden escuchar la voz de algo más alto y más  profundo. En la ceremonia fúnebre que oficié por una mujer que trabajaba en una tienda de ropa íntima, sus compañeras la elogiaron cálidamente por la comprensión y la sensibilidad que siempre demostró a las clientas que se habían sometido a una mastectomía.

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Cuando mi familia y yo nos mudamos de Pensilvania a Nueva York, el jefe del equipo de mudanzas me dijo: «Mudarse es difícil para mucha gente. Tienen miedo de llegar a una comunidad nueva, y les «preocupa que sean unos perfectos desconocidos quienes van a empacar los objetos que más aman. Creo que Dios desea que yo trate a mis clientes con amor, y que les haga sentir que son importantes para mí”. Como tantas otras personas anónimas, este hombre era un mensajero de Dios.

Nunca sabemos que aspecto de nuestro trabajo será recordado; cual será trascendente. No tiene nada que ver con el nombre del puesto, y mucho que ver con la fe, la visión y el amor que llevemos a él.