Ahorrar Puede ser un Juego

En estos tiempos es necesario conocer los amortiguadores indispensables para situaciones de apuro. He aquí diversos métodos a que recurren con éxito los ahorradores perseverantes.

Hay muchas familias que no tienen cuenta de ahorros, y la mayoría de los ahorradores se sienten insatisfechos de lo que logran economizar. Pero también es evidentemente más fácil aconsejar a “ser ahorrativo” y “ahorrar a intervalos regulares” que poner en práctica esos consejos.

Sin embargo, al hablar con ahorradores que logran su propósito suele descubrirse que han ideado algún “juego” para vivir con menos de lo que ganan. Por supuesto, los ahorradores óptimos son aquellos que, cualquiera que sea su ingreso, primero depositan determinada cantidad en un fondo de ahorros antes de pagar sus cuentas, y después viven en condiciones que les permitan dejar en el banco lo que allí metieron. Si el lector no aprueba el sistema de ahorrar primero y después pagar, a continuación se describen otras técnicas que emplean ahora algunas personas, o que en lo pasado les han dado buenos resultados como ayuda para ahorrar más.

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Dinero marcado. Este plan es una variante de la antigua costumbre de poner en una alcancía el dinero menudo. Nos dice una bibliotecaria: “Cuando tengo demasiado cambio en mi bolsa, pongo lo sobrante en mi joyero. Al cabo de unos dos meses veo que he acumulado una cantidad considerable de monedas. Deposito entonces ese dinero en mi cuenta de ahorros, que de esa forma va en aumento”.

Cierta modista explica: “Cuando Juan y yo nos casamos, poníamos en una alcancía de barro de buen tamaño las monedas que habíamos reunido durante el día. Así juntamos 200 dólares, y nos compramos un espejo y un cubrecama. Llevábamos cuenta de lo que cada uno ponía por la noche, para determinar quién había aportado la mayor parte, y la cosa nos resultaba divertida”.

Las gangas. Una que otra vez nos llega algo como caído del cielo: un dinero inesperado, una herencia. Pero existen otras posibilidades de obtener ingresos fortuitos que quizá no haya considerado el lector.

Por ejemplo, cuando hemos pagado el último plazo de un automóvil, de unos muebles, de algún aparato doméstico o de una hipoteca, podríamos continuar haciendo esos mismos “pagos” depositándolos en la cuenta de ahorros. Si hemos podido vivir sin ese dinero, bien podemos seguirlo haciendo durante algún tiempo más.

Cuantas veces ganemos en la canasta, en el póquer o en alguna apuesta (elecciones, golf, lotería), destinemos la ganancia a la cuenta de ahorros.

¿Y los rembolsos por la mercancía devuelta a la tienda o por cuentas de gastos? Un viajante de una distribuidora de artículos para oficina deposita en su fondo de ahorros todos los cheques que recibe como rembolso de sus gastos de viaje. “Es dinero que ya gasté”, explica. “No lo echo de menos”.

¿Obtuvo el lector un aumento de sueldo? Si ha salido adelante bastante bien sin él, agréguelo a lo que suele ahorrar los días de pago. Lo mismo puede hacer con su gratificación de Navidad y con lo que le produzca un segundo empleo.

Un hábito por otro. Pensemos en alguna tentación a la que quisiéramos resistir. Vénzala el lector, y deposite lo que así ahorre.

Un economista ha dejado de fumar dos cajetillas al día y todas las tardes guarda con llave el dinero que se ahorra en esa forma. Cuando termine el año habrá reunido una bonita suma.

Autoservicio. El lector tendrá alguna tarea por la que ahora paga a quien se la hace. ¿Cuánto da para que le laven el auto? ¿Por poner fundas a los muebles? ¿Pintar una habitación? ¿Cambiar el empaque de un grifo? Aprenda a hacer por sí mismo ese trabajo. Ponga en su cuenta de ahorros lo que tendría que pagar a quien se lo hiciese.

La mujer podrá hallar un peinado que ella misma se haga, omitir la visita semanal a la peluquería y destinar el precio de ese servicio (con inclusión de propina, trasporte, etcétera) a la cuenta de ahorros.

Escondites. Un adolescente pone un billete de su asignación semanal en algún libro de su anaquel, sin ver el título de la obra. Al terminar el año escolar busca en todos los volúmenes y en ellos halla su fondo de ahorros. (Nota: Si recurre el lector a esta técnica, ¡no vaya a prestar sus libros!)

Ahorro intenso, para contingencias. Pongamos por caso que uno decide, comprar sólo lo absolutamente esencial durante un período de 13 semanas. Eliminará o reducirá sus asistencias al cine o a los conciertos, los viajes de fin de semana, los taxis, las comidas en restaurantes, los postres, las copas, etcétera. Llevará su almuerzo al trabajo, hará a pie cualquier recorrido menor de un kilómetro, no se dejará tentar por ninguna tienda en que haya venta especial. Continuará llevando consigo la cantidad acostumbrada para gastos, pero depositará en una nueva cuenta de ahorros el 30 o el 35 por ciento economizado por los medios descritos.

Al cabo de tres meses dese el lujo de celebrar su éxito, pero sin gastar más del 15 por ciento del total ahorrado, y después reanude su vida acostumbrada. Tendrá una buena suma en su cuenta de ahorros, además de los intereses.

En la economía actual, todos necesitamos dinero en efectivo disponible como fondo de urgencia que nos ayude a salir adelante en caso de perder el empleo, de una enfermedad grave o de alguna otra crisis económica. El amortiguador que recomendamos deberá ser de una suma igual a unos seis meses de sueldo neto. (Los que trabajan por su cuenta tal vez necesiten más, pues sus ingresos generalmente no son fijos.) Aparte de eso, vaya el lector formando un fondo especial para fines determinados: un viaje de vacaciones, un automóvil, la trasformación de la cocina, cualquier cosa que proporcione incentivo.