La Carrera de las Ratas – Estás tú en Ella?

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Una carrera de ratas es un término utilizado para referirse a un ejercicio contraproducente o inútil. Evoca la imagen de los esfuerzos de una rata de laboratorio, corriendo en una rueda o tratando de escapar en vano de un laberinto. En una analogía con la ciudad moderna, unas ratas en un laberinto simbolizan a la gente que se esfuerza mucho en su vida diaria pero que al final no obtienen ninguna recompensa, ya sea colectiva o individualmente. Significa, por tanto, hacer un montón de esfuerzo que al final no conduce a nada.

La carrera de ratas es un término usado para describir lo que muchas personas consideran al trabajo excesivo: Una búsqueda interminable con poca recompensa final. En términos generales, si uno trabaja mucho y el resultado es poco, está en la carrera de ratas. Muchos creen que largas jornadas de trabajo, horas extra (remuneradas o no), trabajos estresantes, tiempos de trayecto, atascos, y menos tiempo de la vida familiar y/o con amigos, han desembocado en una sociedad generalmente infeliz, que no puede disfrutar de los beneficios de la prosperidad económica aunque aparente un mayor nivel de vida. Se han escrito muchos libros que describen esta situación y que explican que lo necesario es escapar de la carrera de ratas.

Robert Kiyosaki en su libro Padre Rico, Padre Pobre, define así La «Carrera de ratas»:

«Si miran la vida de una persona promedio, bien instruida y muy trabajadora, hay un sendero similar. El chico nace, y va al colegio. Los orgullosos padres están entusiasmados porque el niño se destaca, logra calificaciones superiores al promedio, e ingresa a la universidad. Se gradúa, puede ser que curse un postgrado, y luego hace todo tal como fuera programado: busca un empleo o una carrera protegida y segura. El chico encuentra ese trabajo quizás como doctor, abogado, o miembro de las Fuerzas Armadas o del gobierno. Generalmente, comienza a ganar dinero, empiezan a llegarle tarjetas de crédito en masa, y comienzan las compras, si no empezaron ya.

«Teniendo dinero para quemar, frecuenta lugares donde se contacta con otros jóvenes como él; y ellos conocen gente, hacen citas, y a veces se casan. Entonces, la vida resulta maravillosa porque, ahora, tanto el hombre como la mujer trabajan. Dos ingresos son una dicha. Se sienten exitosos, su futuro es brillante, y deciden comprar una casa, un automóvil, un aparato de televisión, tomar vacaciones y tener hijos. Llega el feliz «paquetito». La demanda de efectivo se hace enorme. La feliz pareja decide que sus carreras tienen vital importancia, y empiezan a trabajar más arduamente, tratando de obtener ascensos y aumentos. Los aumentos llegan, como así también otro hijo, y la necesidad de una casa más grande. Trabajan intensamente, se convierten en mejores empleados, con mayor dedicación.

Vuelven a la universidad para lograr capacidades más especializadas para poder ganar más dinero. Quizás busquen un segundo empleo. Sus ingresos aumentan, pero también aumentan la categoría impositiva que les corresponde, los impuestos inmobiliarios sobre la extensa casa nueva, sus aportes a Seguridad Social, y todos los demás impuestos. Al recibir el abultado cheque de su salario mensual, se preguntan dónde fue a parar todo ese dinero. Invierten en algún fondo común, y compran los artículos de primera necesidad con sus tarjetas de crédito.

Los niños llegan a la edad de 5 ó 6 años, y se incrementa la necesidad de ahorrar para pagar los estudios, como así también para su jubilación.

«Esa pareja feliz, nacida alrededor de 35 años atrás, se encuentra ahora atrapada en la «Carrera de ratas» por el resto de su vida laboral. Ellos trabajan para los dueños de sus compañías; para el gobierno, pagando sus impuestos; y para los bancos, al pagar las cuotas de su hipoteca y de sus tarjetas de crédito.

«Entonces, les aconsejan a sus propios hijos que `estudien intensa-mente, obtengan altas calificaciones, y busquen un trabajo o carrera seguros’. No aprendieron nada acerca del dinero, excepto de aquellos que sacan provecho de su inocencia; y entonces continúan trabajando arduamente por el resto de sus vidas. El proceso se repite durante otra generación de esforzados trabajadores. Esta es la `carrera de ratas’.» 

Padre rico, padre pobre

Tal y como fue narrado por Robert Kiyosaki:

«Tuve dos padres, uno rico y uno pobre. Uno, era muy inteligente y altamente instruido; había obtenido un doctorado y completado cuatro años de trabajo de postgrado en un período inferior a dos años. Luego, asistió a las Universidades de Stanford, Chicago y Northwestern, para realizar sus estudios avanzados, totalmente becado. Mi otro padre, nunca completó el octavo grado.
Ambos hombres fueron exitosos en sus carreras, y trabajaron arduamente durante toda su vida. Los dos ganaron ingresos substanciales; pero uno de ellos luchó financieramente toda su vida.El otro, se convertiría en uno de los hombres más ricos de Hawai. Uno falleció dejando decenas de millones de dólares a su familia, iglesia, e instituciones de caridad. El otro dejó cuentas por pagar.

Ambos hombres eran fuertes, carismáticos e influyentes. Y ambos me ofrecieron sus consejos, pero no me aconsejaron las mismas cosas. Los dos creían firmemente en la educación, pero no me recomendaron el mismo camino de estudios.

Si yo hubiese tenido tan sólo un padre, habría tenido que aceptar o rechazar sus consejos. Pero tener dos papás aconsejándome me ofreció la opción de confrontar puntos de vista; el de un hombre rico, con el de un hombre pobre.
En lugar de simplemente aceptar o rechazar a uno u otro, me encontré a mí mismo pensando más, comparando, y luego eligiendo por mi propia cuenta.

El problema fue que, el hombre rico, todavía no era rico, ni tampoco el pobre era pobre aún. Ambos estaban recién empezando sus carreras, y ellos tenían puntos de vista muy diferentes acerca del tema del dinero.

Por ejemplo, un papá diría «el amor al dinero es la raíz de todo mal». El otro, «la carencia de dinero es la raíz de todo mal».
Siendo un joven muchacho, tener dos padres fuertes influenciándome fue difícil. Yo deseaba ser un buen hijo y escuchar, pero los dos papás no decían las mismas cosas. El contraste en sus puntos de vista, particularmente en lo concerniente al dinero, era tan extremo, que crecí curioso e intrigado. Comencé a pensar por largos períodos de tiempo en lo que cada uno decía.

Mucho de mi tiempo a solas, transcurría reflexionando, haciéndome preguntas a mí mismo tales como: «¿Por qué habrá dicho eso?», y luego aplicando la misma pregunta a las afirmaciones del otro papá. Hubiera sido mucho más fácil decir simplemente: «¡Ah, sí, él tiene razón. Estoy de acuerdo con eso!». O simplemente rechazar un punto de vista diciendo «…el viejo no sabe de lo que habla…». En lugar de eso, tener dos padres a quienes amaba me obligó a pensar, y en última instancia a elegir una forma propia de pensar. Como proceso, elegir por mí mismo finalmente terminó siendo mucho más valioso, en el largo plazo, que sencillamente aceptar o rechazar un determinado punto de vista.

Una de las razones por las cuales los ricos se hacen más ricos, los pobres se hacen más pobres, y la clase media lucha con las deudas, es porque lo que tiene que ver con el dinero se enseña en el hogar, y no en el colegio. La mayoría de nosotros aprendemos de nuestros padres, acerca del dinero. Y, ¿qué puede un padre pobre decirles a sus hijos sobre el dinero? Sencillamente, «continúa en el colegio y estudia intensamente». El joven podrá graduarse con excelentes calificaciones, pero con un esquema mental y una programación financiera de persona pobre. Eso fue aprendido cuando el joven era un niño.

El tema dinero no se enseña en las escuelas. La escuela se enfoca en las habilidades profesionales y curriculares, pero no en habilidades financieras. Esto explica por qué banqueros, doctores y administradores que se graduaron con excelentes calificaciones, puedan estar luchando financieramente durante toda su vida. Nuestra tambaleante deuda nacional se debe en gran parte a políticos con buena formación y oficiales de gobierno, que toman decisiones financieras con poco o nada de entrenamiento sobre el tema del dinero.

A menudo, yo miro hacia adelante, más allá del año 2000, y me pregunto qué pasará cuando tengamos millones de personas necesitando asistencia médica y financiera. Ellas dependerán de sus familias o del gobierno para sostenerse financieramente. ¿Y qué va a pasar cuando los servicios sociales de salud y las cajas de jubilación se queden sin dinero? ¿Cómo podrá sobrevivir una nación si lo que debe ser enseñado a los niños acerca del dinero queda en manos de los padres, la mayoría de los cuales serán, o ya son, pobres?

Dado que tuve dos padres influyentes, yo aprendí de ambos. Tuve que reflexionar sobre los consejos de cada uno de mis papás, y al hacerlo, obtuve una valiosa percepción de mi naturaleza interior en relación al poder y efecto de los propios pensamientos en la vida de cada uno. Por ejemplo, un padre tenía el hábito de decir «no puedo afrontarlo». El otro prohibió el uso de tales palabras. El insistía en que yo dijera «¿cómo puedo afrontarlo?» La primera frase es una afirmación, mientras que la segunda es una pregunta. Una nos deja fuera de combate, mientras que la otra nos fuerza a pensar. Mi padre en-vías-de-hacerse-rico explicaría que, automáticamente, al decir «no puedo afrontarlo», nuestro cerebro cesa de trabajar. Al formular la pregunta «¿cómo puedo afrontarlo?», nuestro cerebro comienza a trabajar. El no se refería a comprar todo lo que uno quisiera. El era un fanático de la ejercitación de la mente, la computadora más poderosa del mundo. «Mi cerebro se pone cada día más fuerte porque lo ejercito. Más se fortalece, más dinero puedo hacer.» El creía que afirmar automáticamente «no puedo afrontarlo» era una señal de haraganería mental.

Aunque ambos padres trabajaban arduamente, advertí que uno de ellos, tenía el hábito de poner su mente a dormir cuando se trataba de asuntos de dinero, y el otro, tenía el hábito de ejercitar su cerebro. El resultado a largo plazo fue que, financieramente, uno de ellos se fortaleció, mientras el otro resultó debilitado. Esto no es muy diferente de alguien que asiste a un gimnasio a ejercitarse regularmente, versus alguien que se sienta en su sofá a mirar televisión. El ejercicio físico apropiado aumenta sus chances de salud, y el ejercicio mental apropiado aumenta sus chances de riqueza. La haraganería disminuye ambas, salud y riqueza.

Como podemos ver para salir de la carrera de las ratas, no es que sólo agregando conocimiento y siendo expertos en las ramas del conocimiento humano (ciencias), vamos a poder salir de ese laberinto en que todos hemos caído, pensando que entre más conocimiento tengamos y mas títulos hayamos obtenido vamos a salir de nuestra precaria situación económica. Por lo general las universidades no enseñan el cómo ganar el dinero; nos dan conocimiento para que podamos ser buenos empleados, pero no nos enseñan los aspectos prácticos de la vida financiera. Cuando salimos de la universidad ya estamos preparados para entrar a la «carrera de las ratas».

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