Cómo alcanzar tus metas sin fastidiar a otras personas

Ya no derrame bilis inútilmente. Mejor siga estos consejos.

El grifo estuvo goteando un largo mes; los adornos navideños se quedaron en la sala hasta la Pascua, y siempre había zapatos estorbando donde sus dueños se los quitaban. Como toda esposa y madre que se respete, reaccioné de la manera acostumbrada: me quejé, importuné y despotriqué hasta el cansancio… pero nada sucedió. Hastiada yo también de mis cantaletas, me pregunté: ¿Hay algún modo de hacer que los hijos y el marido entiendan?

Por supuesto, aseguran los expertos. «Regañar es una reacción rápida y fácil, y nos hace creer que lograremos algo, pero no es así”, señala la educadora Jane Nelsen.

No sólo las mujeres reprenden. «Los maridos lo hacen tanto como las esposas, pero de otra manera”, explica la terapeuta Melody Lowman. Aquéllas riñen por las cosas que quieren que el marido haga: cortar el césped, guardar lo que usan o recoger lo que se quitan.

Los hombres, en cambio, tienden a reconvenir por hechos ya consumados; por ejemplo, “Dejaste el coche hecho un asco” o “Gastaste demasiado”.

¿Por qué la gente desahoga su frustración con reprimendas? “Cuando una persona tiene normas de conducta más estrictas que otra, los reproches surgen en forma casi inevitable”, observa el psicólogo David Olson. Sin embargo, pocos reconocen la verdadera naturaleza del regaño: es una crítica velada.

Como es tan negativo, el regaño “carcome la esencia de las relaciones”, dice Lowman, pero aun así sigue siendo un hábito generalizado.

Por fortuna, no es un defecto incorregible. He aquí algunos consejos para evitarlo en casa:

consiga lo que quiere, quiere, negociosVaya al grano. El techo de nuestra cocina está a tres metros de altura, así que un día en que se fundió la bombilla que alumbra el fregadero, pensé que la tarea de cambiarla le correspondía a mi esposo, que mide más de 1.80 metros.

—Se fundió una bombilla en la cocina —anuncié el domingo a la hora de la cena.

Toda la semana estuve repitiendo que la bombilla no servía; incluso, para lavar los trastos, sostuve con la barbilla una linterna de mano. Finalmente, estallé:

— ¿Por qué no has cambiado esa bombilla?

El hombre con quien llevo casada 18 años contestó:

—No me lo pediste.

“A los hombres les cuesta trabajo captar lo que una mujer quiere si ella no lo expresa claramente”, advierte Lowman. “Comience diciendo «Tengo un problema’, de modo que él entienda que no lo va a criticar». Explíquele qué le molesta (tal vez esté resquebrajado un vidrio en la recámara de su hijo pequeño y usted teme que se rompa), qué desea que él haga (cambiar el vidrio) y cuándo (ahora mismo, antes de que alguien se lastime).

También hable sin rodeos con sus hijos. En lugar de decir “Quisiera que fueras menos desordenado”, especifique: “Cuelga tu chaqueta”. En vez de “No llegues tarde”, precise la hora en que su hijo o hija debe volver a casa.

Prohibido culpar. Unos recién casados tenían una cuenta de cheques mancomunada. El marido, un concienzudo contador, anotaba cada transacción que hacía; la esposa, en cambio, rara vez recordaba llevar registro de los cheques que firmaba. Siempre que recibían un aviso de sobregiro, él la regañaba. Ella prometía tener más cuidado, pero luego lo olvidaba. A fin de mes, cuando revisaban el estado de cuenta, acababan culpándose mutuamente.

Como muchos otros esposos que se enfrascan en discusiones baldías, lo que esta pareja debía hacer era buscar una solución. Un cajero del banco les sugirió que usaran cheques con papel carbón a fin de tener copias al instante. “Las recriminaciones surgen cuando no se logra hallar otras maneras de resolver un problema”, señala Lowman.

Si el conflicto atañe a toda la familia, las acusaciones mutuas se pueden evitar reuniendo a todos para identificar la causa y buscar una solución.

Supongamos que un ama de casa se queja todo el tiempo de que el baño es una pocilga. Los integrantes de la familia podrían convenir en colgar siempre las toallas húmedas y poner la ropa sucia en un cesto, o turnarse para limpiar diariamente el baño.

No se salga del tema. El marido está a punto de marcharse a su oficina, cuando su mujer le dice:

—Voy a hacer una cena especial está noche. Llega a las 7, por favor.

El esposo aparece a las 8.

— ¡Siempre llegas tarde!—le reclama ella.

— ¡Y tú siempre estás quejándote!

— -Contraataca él.

«Los regaños conducen a una pauta de conducta en la relación que origina un círculo vicioso”, advierte la terapeuta Jo Ann Larsen.

Peor aún, desvían la atención del problema original y se convierten en el tema de discusión. Quienes son impuntuales o no quieren reparar una lámpara rota pueden optar por quejarse de los regaños.

“No se salga del tema”, aconseja Larsen. «Diga: ‘No estamos hablando de quejas, sino de tardanzas. ¿Cómo vamos a arreglar eso?’” El objetivo es iniciar un diálogo, no seguir alternando monólogos.

Negocie. Un día, al meter el coche al garaje de su casa, una mujer gruñó con furia por enésima vez: el banco de trabajo estaba atestado de juguetes rotos y herramientas, y junto a la pared del fondo había un montón de tablas y botes de pintura usados. Llevaba semanas diciéndole a su esposo: «Haz algo”. Al final cambió de táctica y le preguntó qué pensaba él que debían hacer.

—Necesitamos guardar algunas cosas —contestó el marido.

Como siempre, no compartían la misma idea de lo que es el orden; sin embargo, convencida de que cualquier cosa sería mejor que aquel desbarajuste, la mujer propuso:

—Si tú te deshaces de las tablas y los botes viejos, yo limpio el banco.

Entonces fijaron una fecha.

“El regañón supone que su deseo va a cumplirse de inmediato”, dice David Olson, “y el regañado piensa en aplazar el asunto al menos una semana. Lo que deben hacer es tener expectativas realistas”.

Como el marido volvía muy cansado de trabajar, acordaron hacer la tarea el sábado. En cuestión de horas dejaron limpio el garaje, lo cual hizo feliz a la mujer y complació al esposo, pues los regaños cesaron.

Cambie de lenguaje. Cierta mujer se cepillaba el pelo cada mañana frente al espejo del baño y dejaba largas hebras en el lavabo.

—Vas a tapar la tubería —le advertía su esposo una y otra vez—. Limpia eso cuando termines.

Como tenía que apresurarse para preparar a los niños para la escuela e irse a trabajar, la mujer olvidaba hacerlo. Exasperado, el marido la tachaba de descuidada, lo que a ella le parecía hiriente e injustificado.

Tal falta de comprensión es muy común. “Suponer que basta con decirle a una persona que haga algo para que de inmediato lo realice revela ignorancia sobre cómo funcionan los seres humanos”, señala Jane Nelsen. “Las cosas por las que reprendemos a nuestros familiares nos importan a nosotros, no a ellos. Para conseguir lo que deseamos, debemos motivarlos a compartir nuestros intereses, y el regaño es un pésimo aliciente”.

¿Cómo lograr que alguien quiera limpiar un lavabo o que no olvide cerrar bien el tubo de dentífrico? “Hay que aprender a pedir las cosas como invitaciones al cambio, no como exigencias”, aconseja Jo Ann Larsen. En vez de usar un tono de amenaza o enfado, diga “Por favor” y “Gracias”, y evite frases negativas como “No me gusta” y “No deberías”.

Otra estrategia útil consiste en plantear las consecuencias por anticipado. Por ejemplo, haga saber a los niños que si no llevan los platos sucios al fregadero, no podrán comer en el cuarto del televisor.

Hable menos. Los hombres que detestan que les recuerden sus obligaciones procuran aplazarlas todo el tiempo que pueden. Cuando esto ocurre, señala la lingüista Deborah Tannen, la esposa insiste en acosar “porque está convencida de que su marido hará lo que le pide en cuanto él entienda que ella espera que lo haga”. Pero siempre que ésta solicita algo, él le da largas al asunto para no parecer que está obedeciendo órdenes.

Cada vez que cierta mujer empleada apremiaba a su hijo adolescente a ayudar en las tareas de la casa, él se hacía el desentendido. Entonces decidió dejarle en el refrigerador notas que especificaban los quehaceres pendientes. “Ahora”, dice ella. «casi siempre que llego a casa encuentro todo limpio y en orden”.

Sea tolerante. Otra mujer tomo nota de todo lo que le dijo a su hija adolescente a lo largo de un sábado. “¿Vas a quedarte en la cama todo el día?”, “¡Tu clóset es un chiquero!» y “¡Párate derecha!” fueron sólo tres de la letanía de 22 quejas que le soltó.

Si usted tiene hijos, esto quizá le suene familiar: o los regañamos por cualquier falta, o nos concentramos en lo que más nos molesta. Lo que no nos preguntamos es lo siguiente: ¿Es verdad es tan grave esa conducta? ¿Por qué reaccionamos con tanta ira? ¿El problema es de ellos o nuestro?

“Solemos ver a nuestro cónyuge y a nuestros hijos como extensiones de nosotros mismos”, explica Larsen. Un padre quizá regañe a sus hijos por llegar tarde debido a que él se enorgullece de ser puntual. “Pensamos que  hemos fallado en algo cuando ellos no se comportan como nosotros”, añade la terapeuta. “Es difícil reconocer  que hay muchos aspectos de nuestros seres queridos que no podemos ni debemos tratar de controlar”.

Lo que sí debemos hacer es señalar menos lo que está mal y recalcar más lo que está bien. “Cuando expresamos a los demás lo que nos agrada de su conducta”, señala Larsen, «ellos tienden a actuar con más frecuencia como nos gusta”.